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Para el tambo, el futuro ya llegó


Hace pocos meses, el tambero cordobés Martín Brito tomó una decisión drástica que resume el enorme desafío ante el que se encuentra la lechería argentina. De un día para el otro puso en venta las 110 vacas de altísima calidad que tenía en ordeñe -con las que producía un promedio de casi 2.700-3.000 litros de…


Hace pocos meses, el tambero cordobés Martín Brito tomó una decisión drástica que resume el enorme desafío ante el que se encuentra la lechería argentina. De un día para el otro puso en venta las 110 vacas de altísima calidad que tenía en ordeñe -con las que producía un promedio de casi 2.700-3.000 litros de leche por día- más 40 vaquillonas que estaban al parir, para volver a empezar desde cero con un tambo totalmente robotizado.

“No era la idea original, pero la coyuntura de los últimos meses nos impulsó. La necesidad de liquidez para mantener el tambo ordeñando podía comprometer este proyecto. Nos quedamos con las vaquillonas más chicas y la ternerada desde la guachera hasta la categoría de recría 4, para no perder la genética que fuimos construyendo con el tiempo. A partir de febrero empezarán a parir animales inseminados hace cuatro meses, libres de tuberculosis y brucelosis y con triple cruzamiento: Sueca Roja, Jersey y Holando”, detalla Brito en diálogo con Clarín Rural. Sobre esa base genética, a partir del 20 de febrero de 2019 empezarán a ordeñar en las nuevas instalaciones de última generación. “De a poco, con marca líquida y animales propios empezaremos a llevar el número al objetivo máximo de 125 vacas para los dos robots. Nuestro objetivo comercial es llegar a producir 5500-6000 litros de leche”, dice el productor.

Toda la familia Brito, feliz con las nuevas incorporaciones. Yoda y Maguivi momento fundacional para un tambo cordobes

Toda la familia Brito, feliz con las nuevas incorporaciones. Yoda y Maguivi momento fundacional para un tambo cordobes

Es un caso emblemático que refleja el salto de confianza que muchos tamberos locales están obligados a dar si quieren sobrevivir. El avance tecnológico impone nuevos pisos de producción para mantenerse en la competencia, y a veces la apuesta es a todo o nada.

La evolución de los sistemas lecheros va dejando muy atrás la clásica y simple conversión de pasto en leche, que arrojaba promedios de no más de 12 litros por vaca. Esa cifra se duplicó con la introducción del silo de maíz, una herramienta que revolucionó la actividad haciéndola posible durante todo el año, y con la búsqueda del mejoramiento genético que hiciera posible un mayor aprovechamiento del alimento. La ecuación de los 25 litros por vaca -genética por silo- ya está extendida en las diferentes cuencas lecheras del país. Pero ahora tampoco eso es suficiente. Brito se dio cuenta y fue a buscar los elementos tecnológicos y de manejo que, asegura, le permitirán a su empresa dar un nuevo salto productivo y mejorar la rentabilidad. Confort animal, estabulación y automatización.

La estabulación de vacas lecheras se aceleró en los últimos meses en la Argentina. Ya son más de 50 los tambos que utilizan esta modalidad, en diferentes variantes.

La estabulación de vacas lecheras se aceleró en los últimos meses en la Argentina. Ya son más de 50 los tambos que utilizan esta modalidad, en diferentes variantes.

De esta manera se sumará a un selecto grupo de tambos argentinos en los que la tecnología de punta llegó para reducir al mínimo el margen de error. Tal vez el principal punto de comparación con el proyecto de Brito sea el tambo robotizado del INTA Rafaela, inaugurado en 2015, que en julio de este año produjo 36 litros diarios por vaca.

“El complejo robótico va muy focalizado al bienestar animal. Que el animal esté adentro de un galpón, con temperatura controlada, con ventilación, cada animal tiene un collar con el que se monitorea su comportamiento para saber cuándo está en celo y cuándo no, y permite separar animales con puertas automáticas. Además, previo al ordeño el robot hace un tratamiento para saber si el animal está con mastitis, para descartar la leche y que la que uno coseche sea totalmente de calidad. El mejor tambero humano no puede igualar eso”, explica Brito entusiasmado.

Hugo Quattrochi, asesor de empresas lecheras.

Hugo Quattrochi, asesor de empresas lecheras.

El cordobés acaba de sacar del container en el que llegaron los dos robots de la firma De Laval que le permitirán entrar en una nueva era. “Además hay una cámara que envía información sobre cada animal a un software, y uno puede conocer la ganancia o pérdida de peso para hacer correcciones en la dieta. Con este sistema, el animal va a ordeñarse por una actitud voluntaria, pero hay que ayudar esa voluntad. Todo eso hace a la eficiencia de consumo y de producción”, detalla el tambero, y agrega: “Va a cambiar la rutina de todos, pero tendremos más tiempo para dedicarnos a otras funciones como la producción de quesos y la gestión comercial”.

Nicolás Lyons, un especialista argentino que actualmente se desempeña como coordinador de Desarrollo de Lechería en Australia, estuvo recientemente en el país para participar del 15° Congreso Panamericano de Lechería organizado por la Federación Panamericana de Lechería (Fepale) y contó que en Australia se instaló el primer tambo robotizado en 2001 y que ahora hay 39 productores con entre 2 y 16 robots. En total, 174 unidades. En esta línea, describió que hay muchas tecnologías disponibles, específicamente de dos tipos: una es la automatización que reemplaza a la mano de obra. Y del otro lado están los sensores, en la mayoría de los casos relacionados a collares de vacas o sensores en línea en la sala de ordeñe. “Argentina tiene las mismas posibilidades de incorporar estas tecnologías que el resto del mundo, no tiene fronteras. Lo que sí es un hecho es la poca accesibilidad al crédito para poder adoptarlas”, alertó.

Mirando al futuro, proyectó que se vienen las cámaras para detectar problemas de patas, condición corporal y disponibilidad de pasturas, entre otros. Y a su vez, el uso de los datos que largan los sensores a nivel de predicción, no tanto para decir lo que está pasando en el momento, sino para decir lo que puede pasar o sugerir acciones preventivas.
El sistema de estabulación que tiene Adecoagro en Santa Fe se llama freestall. Las vacas permanecen todo el día en boxes individuales.

El sistema de estabulación que tiene Adecoagro en Santa Fe se llama freestall. Las vacas permanecen todo el día en boxes individuales.

Pero la robotización no es el único rumbo; hay etapas previas. Según un relevamiento a nivel nacional realizado por el sitio Todo Agro, la estabulación de tambos se aceleró en los últimos meses en la Argentina. Actualmente, según el informe, hay 56 establecimientos con galpones construidos o en construcción que alojan vacas en lactancia, tanto en sistemas free-stall (estabulado), compost barns (con cama de compostaje) o dry-lot (sistema de corral seco con pendiente). El de Adecoagro en Christophersen, Santa Fe, es referente con 7.000 vacas bajo galpón y una producción que ronda los 35,5 litros por vaca en tres ordeñes diarios. Fue el primer free-stall de gran escala en el país, y allí las vacas no pisan el campo, lo miran desde sus camas de arena y sólo caminan desde sus boxes hasta la sala de ordeñe, una calesita que cosecha leche 24 horas por día. El tambo de la familia Chiavassa, de Pellegrini, también en Santa Fe, es otro de los más resonantes.

Alguien que está mirando con ganas a estos sistemas es Pedro Lacau, quien maneja una empresa agropecuaria familiar en la que los tambos son una de las patas. Ordeñan 2.700 vacas y obtienen unos 60.000 litros por día en cinco tambos (dos de ellos alquilados) y un tambo maternidad, todos ellos en la zona de Lincoln, donde cuenta con 50 empleados. El promedio vaca es 27 litros de leche por día en dos ordeñes. Lacau define su tambo como “de amontonamiento”.

“Lo más que podemos amontonar sin haber invertido en infraestructura de cemento y techo. Es un sistema de alta suplementación, para las 2.700 vacas y su recría utilizamos 1.500 hectáreas. La base de la alimentación es silaje de maíz, silo de raigrás, silo de alfalfa, muy poco pastoreo de invierno… Hay algo de pastoreo directo sobre alfalfa y verdeos de invierno, pero gran parte de la suplementación viene de la mano de los silajes y del grano de maíz propio, expeler de soja, algo de poroto”, detalla.

Lacau dice que, al ser una empresa grande, con mucha gente y estructura, su salida siempre fue “para adelante”. Esto quiere decir que nunca se planteó ir hacia una menor producción, por necesidad de rentabilidad siempre fue hacia más vacas y más litros por vaca. Pero en ese camino, ahora, está llegando a un límite. “Nuestro principal enemigo para la intensificación es el barro, nuestro salto debería ser al galpón”, dice, y reconoce que hace tiempo que está analizando la inversión pero que la definición se está postergando.

“Básicamente, lo que no tenemos son buenos créditos acordes para esto. Creo que el sector lechero se tiene que reconvertir por completo, habría que redefinir la lechería argentina para hacer una lechería de exportación y que quede en el mercado interno lo que tiene que quedar, que podamos producir más leche pero que la leche sea para el mundo”, dice el empresario bonaerense, y agrega: “Hoy están conviviendo mil sistemas de tambo, pero me parece que en los campos buenos el sistema es la intensificación, y eso viene de la mano de inversión. Si no, llegamos a un techo de 28 litros promedio año, con picos de 33, pero te viene una lluvia, un barro, y… además de estar sujeto a los vaivenes económicos estás sujeto al clima”.

Concretamente, Lacau afirma que Arenaza, su localidad, es una zona que no es apta para hacer drylots por la ocurrencia de lluvias repentinas muy excesivas. “El barro y el agua son enemigos muy grandes del tambo y la única forma de subsanarlos es con piso de cemento y techo de chapa, pero son inversiones bastante grandes. Nosotros estaríamos dispuestos a hacerlos cuando aparezcan créditos acordes, en pesos o en litros de leche y a diez años”.

Sergio Yani García, especialista argentino trabajando en Australia.

Sergio Yani García, especialista argentino trabajando en Australia.

Está claro que para avanzar en la lechería hace falta una cuota alta de osadía. Las condiciones nunca son las ideales para dar el salto que Brito está dando hacia la robotización, o el que Lacau piensa dar hacia el confinamiento.

“Estamos en un país de alta volatilidad, con un precio de la leche en general bajo comparado con otras partes del mundo, donde alimentar con concentrados es barato, condiciones que nos permiten pastorear doce meses al año, el acceso al capital es limitado y caro y la mano de obra es poca y barata en términos relativos”, resume el consultor de empresas experto en lechería Hugo Quattrochi.

La diversidad de sistemas de producción existe en todo el mundo, y en todos lados se busca encontrar un sistema que cree valor. “En general, en el cono sur los sistemas de producción tienden a ser de base pastoril y, en las regiones donde el costo de oportunidad es más alto buscan intensificarse yendo hacia el confinamiento”, dice Quattrochi, quien lidera un equipo de consultoría en empresas agropecuarias que trabaja sobre 13.000 vacas lecheras en Argentina. Y agrega: “La gente tiende a copiar modelos del exterior olvidándose dónde y con qué bolsillo produce. No parece del todo lógico, en un país donde el acceso al capital es caro, ir a soluciones de altísimo grado de sofisticación, cuando antes de esas soluciones existen otras de mucho menor costo y un enorme valor agregado a nivel de empresa. Entiendo que la tecnología a todos nos seduce, pero todavía hay muchas tecnologías a las que no se les presta demasiada atención”.

Según el consultor, no hay sistemas de producción mejores o peores sino con ventajas y desventajas. “Los sistemas de confinamiento total permiten expresar el potencial vaca en su máxima expresión pero también son demandantes de un capital en infraestructura y de un acceso al capital operativo que muchas veces no se condice con la macroeconomía de nuestro país. En un tambo en Estados Unidos, el productor debe el 50 por ciento de lo que tiene incluyendo la tierra, lo cual en Argentina es impensable”, dice.

Entre las tecnologías e infraestructuras poco difundidas en Argentina que según Quattrochi hacen falta para hacer más eficientes los sistemas de base pastoril están los tambos rotativos, la identificación individual vaca por vaca, una mayor presencia de cemento para la circulación de las vacas, el riego para la producción de silaje y la alimentación individual automática y diferenciada en las salas de ordeñe. “Cada sistema de producción tiene sus posibilidades de evolución. En algunos sistemas de producción, ganar más plata significa sacar 35 litros o más por vaca, y en otros sistemas no necesitás llegar a ese volumen. Lo que sí es inevitable es que uno tiene que estar en el máximo grado de evolución posible dentro del sistema de producción elegido”, remarca el consultor.

Con él coincide Sergio Yani García, un profesor argentino de ciencias lácteas con amplia trayectoria en Australia que recientemente estuvo en el país para participar del Congreso de Fepale. “Los productores están yendo hacia la intensificación, que tiene muchas ventajas: más leche por vaca y mejor confort del animal. A su vez, se logra más consistencia en la producción y ayuda a una mejor planificación de los insumos. Pero no hay un sistema mejor que otro, sino que hay buenos o malos manejadores -apuntó-. El problema es que cuando se cambian a sistemas intensivos lo hacen pensando que no pueden sacar más leche a base pastoril porque ya llegaron al techo. Pero los techos están mucho más arriba en los dos sistemas de producción”.

 

La industrialización, un paso más

“La robotización va a cambiar la rutina de todos, pero tendremos más tiempo para dedicarnos a otras funciones como la producción de quesos y gestión comercial”, afirma el tambero cordobés Martín Brito, quien además de estar instalando dos robots de ordeñe está construyendo en el mismo establecimiento una fábrica de quesos. “Uno está cansado de pelear por precio. Esto pasa en todo el mundo. Ahora queremos ser realmente artífices de nuestro futuro, con errores y aciertos, pero es muy poco digno estar llorandole unos centavos a la industria”, remarca.

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Con la industrialización y comercialización de su producto apunta en primer lugar al mercado local, de cercanía. Pero a futuro también piensa en la posibilidad de insertarse en mercados internacionales con un branding que incluya la denominación de origen y la certificación por la robotización del tambo. “La exportación es viable si uno es responsable y hace las cosas bien. Afuera están demandando este tipo de productos”, asegura.

Quien ya recorrió ese camino es Pedro Lacau, empresario de la localidad bonaerense de Lincoln. Con la marca La Suerte, Lacau tiene la visión de hacer los mejores quesos de la Argentina, “alta gama”. Consumen 5.000 litros por día para hacer queso de guarda, queso parmesano, queso Lincoln (con 8 meses de guarda), brie, camembert… “La industria de queso empezó como una búsqueda de agregado de valor de la leche y nos dimos cuenta que nada que ver, que es un negocio aparte. Sería al revés: el agregado de valor de nuestra industria es que contamos con nuestra propia leche”, aclara el tambero.

Según sus palabras, la fabricación de quesos nació como una integración vertical pero terminó funcionando como una intensificación. “Cuando el tambero se pone a integrar verticalmente piensa que lo difícil es hacer el queso, y en realidad lo difícil es venderlo, cobrarlo a buen precio y ser eficiente en la industria. Son negocios diferentes”, advierte.

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