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Ganadería y cambio climático: mostremos que Uruguay es diferente


Lo miden los miles de termómetros distribuidos a lo largo y ancho del planeta. Lo miden los análisis de aire que muestran cada vez  más cantidades de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso. El aire cada vez más impuro y caliente, las aguas de los océanos cada vez más ácidas y calientes. Las selvas…


Lo miden los miles de termómetros distribuidos a lo largo y ancho del planeta. Lo miden los análisis de aire que muestran cada vez  más cantidades de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso. El aire cada vez más impuro y caliente, las aguas de los océanos cada vez más ácidas y calientes. Las selvas y los corales cada vez más reducidos. Los incendios cada vez más frecuentes, las áreas con hielo cada vez más chicas.

Es triste, es real y en consecuencia, es natural que los jóvenes protesten enfáticamente y varios países, hasta las Naciones Unidas tomen el tema. No es solamente un problema ecológico, es también un problema económico. El petróleo es un negocio espectacular. El carbón todavía es un buen negocio y quemar campos de selva que tienen un costo muy bajo por hectárea también es un buen negocio.  ¿Cómo se generan los incentivos para renunciar a buenos negocios?

El problema no es lo que diga Greta Thunberg ni lo que diga Emmanuel Macron. El problema es lo que dicen los meteorólogos serios, que han dedicado sus vidas a estudiar el tema. La Organización Meteorológica Mundial nos advierte que tenemos que cambiar varios aspectos de nuestra sociedad o no saldremos del horno en el que estamos. Si la temperatura del planeta asciende en más de 1,5 grados Celsius, el proceso será muy difícil de detener. Si la fiebre supera en dos grados a la temperatura previa a la era industrial,  el desastre será muy grande. El nivel de los océanos sube significativamente, la vida marina decae en forma drástica, los fenómenos climáticos extremos se hacen mucho más frecuentes, algunas islas del Pacífico pueden volverse inhabitables, otras zonas ingresar en una sequía estructural.

El domingo pasado en Ginebra la Organización Meteorológica Mundial hizo una conferencia de prensa en la que  uno de sus técnicos indicó que “vamos camino de alcanzar por lo menos 1,2 a 1,3 grados centígrados (por encima de los niveles preindustriales) en los próximos cinco años”. No lo dijo Greta Thunberg, lo dijo Omar Baddour, científico de la OMM, en respuesta a una pregunta de Reuters. Y opinó que  “se necesitan acciones drásticas”.

La conferencia de prensa se hizo después de que la agencia de la ONU publicara el domingo un informe que explica  que el lapso entre 2015 y 2019 será el período de cinco años más tórrido de la historia, tras un aumento de 0,2 grados centígrados respecto a 2011-2015, explica Reuters.

“Estas estadísticas no sólo son alarmantes, destruyen cualquier falsa sensación de seguridad de que quizás podremos salir del paso”, dijo a periodistas Maxx Dilley, director del área de predicción y adaptación climática de la OMM.

Uruguay tiene la gran oportunidad y el deber, de ser parte de esa historia, mostrar a la humanidad soluciones para su mayor problema de este siglo. Y de hacerlo con toda su matriz energética y productiva. Incluyendo a su ganadería en esa batalla, por pastoril, por realizarse  en convivencia con la vida silvestre.

Brasil, principal exportador mundial en volumen de carne, competidor de Uruguay en base a precios más bajos, no puede diferenciarse por esa vía, porque su gobierno ni siquiera reconoce como relevante el problema, se burla de la comunidad internacional y se presente como un gobierno ultranacionalista cuyo presidente afirma que la Amazonia le pertenece y con eso le da derecho a la destrucción.

Pablo Carrasco banca a Brasil en una columna publicada aquí en El Observador, titulada precisamente, Yo te banco Brasil. Y advierte que “existe en Uruguay la tentación de bajarle el pulgar a nuestro vecino, darlo por culpable y utilizarlo como testigo de nuestra preocupación ambiental incluida en cada kilo de carne”. Es el mundo el que le baja el pulgar.

Carrasco tiene varias virtudes: es liberal consecuente, es honesto intelectualmente al 100% y cada vez que opina te deja pensando un rato largo. Por eso es un honor y un disfrute personal discrepar con él, o dicho de otra forma, coincidir en que tenemos que usarlo como caso testigo: realzar nuestra preocupación ambiental, que debe ir incluida en cada kilo de carne que exportemos y explicarle fuerte y claro al mundo que aquí no quemamos un solo árbol para hacer ganadería.

Se puede bancar a Brasil como país bello, se puede bancar a Brasil como el país de Pelé y Caetano Veloso, de Fernando Henrique Cardoso y Darcy Ribeiro. Pero en su negacionismo al cambio climático, en su asesinato sistemático a quienes se opongan a la depredación como Chico Mendes y tantos más, en su discurso de ponerse en víctima del imperialismo como han hecho tantos presidentes que buscan ese atajo fácil para justificar sus errores, no creo que Uruguay deba acompañar en lo más mínimo.

Para la ganadería uruguaya, entiendo yo, este es un tema fundamental y no tenemos que bancar en absoluto lo que este ocasional gobierno de Brasil está haciendo.

Lo que está cuestionado no es Brasil ni los brasileños. Lo que la enorme mayoría del mundo no va a aceptar es una ganadería realizada sobre selva quemada. Ni en Brasil, ni en Bolivia, ni en ningún lugar. Es cierto, quemar es una tradición antigua y así se ha ido ganando territorio para la producción ganadera o agrícola durante décadas, sin distinción entre gobiernos de izquierda o de derecha.

Pero eso se ha vuelto inaceptable. No solo para los niños y jóvenes que se ven venir un fin de siglo tremendamente incierto por el deterioro del medio ambiente. Se ha vuelto inaceptable para muchos adultos de todas las ideologías y para los propios niños de Uruguay. Y está bien que sea así. Brasil haría mejor en pedir las indemnizaciones correspondientes por conservar. Que es lo mismo que deberá pedir Uruguay una vez que mida la captación de carbono en sus sistemas productivos, que se pague por tonelada de carbono cosechado del aire. La discusión es sobre los incentivos por conservar, no sobre la libertad para destruir.

La humanidad se enfrenta una vez más al problema de las restricciones ambientales que don Malthus describió hace mucho tiempo. Hay que seguir aumentando la cantidad de alimentos producidos, hay que transportar cada vez más personas y cargas y hay que hacerlo sin emitir carbono, renunciando a quemar petróleo o carbón o madera.

O nos incorporamos a esa desafío o nos ponemos en el lado incorrecto de la historia. No podemos  defender a los gobiernos que eligen desconocer el problema. Tampoco tenemos que convalidar al veganismo, que no soluciona nada.

Como propone Bjorn Lomborg, una de las voces razonables en temas ambientales, la respuesta es innovar en energías limpias y en nuestro caso innovar en ganadería aprendiendo a medir nuestro balance de carbono y desarrollando las técnicas que capturen carbono a través del manejo del pastoreo, un camino que el propio Pablo Carrasco con su lucidez habitual ya está recorriendo.

Un camino que Brasil, o su gobierno, no están considerando. Problema de ellos.

FUENTE: Eduardo Blasina – El Observador

Fuente: apea

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