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Lejos del nivel «high pro»


Ahora que todo gira alrededor de la búsqueda de competitividad y la inserción en el mundo con productos argentinos que puedan cotizarse mejor, hay un aspecto posible de mejorar que tiene como protagonista a la gran protagonista de las exportaciones argentinas: la soja. Y el asunto, que tiene indudables efectos económicos, es el nivel de…


Ahora que todo gira alrededor de la búsqueda de competitividad y la inserción en el mundo con productos argentinos que puedan cotizarse mejor, hay un aspecto posible de mejorar que tiene como protagonista a la gran protagonista de las exportaciones argentinas: la soja. Y el asunto, que tiene indudables efectos económicos, es el nivel de proteína de la harina de la oleaginosa, el subproducto que no ha parado de ofrecer divisas, especialmente desde 2002.

Reconocidas entidades especializadas, como la propia Asociación de la Cadena de la Soja (ACSOJA) y la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR), por ejemplo, han estimado que debido a esta caída de la calidad proteica, se pierden entre 250 y 300 millones de dólares por año, según las cifras de producción y precio de cada campaña.

Esta cifra surge de considerar los siguientes conceptos:

– 80% del total por menores ingresos por la pérdida de volumen del subproducto al disminuir la humedad;

– 15% del total por reducción de ingresos por descuentos comerciales aplicados por la venta al exterior de harina con menor calidad que la exigida según estándares internacionales.

– 5% del total por mayores costos energéticos por elevar el nivel de proteína de la harina de soja mediante un proceso adicional de secado.

Estas cifras tienen un primer impacto directo sobre la industria procesadora; no obstante, es probable que estos mayores costos terminen siendo sufragados por todos los participantes de la cadena granaria, entre ellos el productor agrícola.

Al respecto, el presidente de ACSOJA, Rodolfo Rossi dio cuenta que en los últimos meses hubo diversas reuniones con la participación de entidades públicas y privadas, a partir de lo cual se arribó a un diagnóstico indiscutiblemente compartido: Argentina viene experimentando una caída importante en el nivel de proteínas de la harina de soja, debido a factores de todo tipo: ambientales, genéticos, etcétera, que representa una pérdida anual hoy de 280 millones de dólares a toda la cadena argentina de la soja».

Ese diagnóstico va de la mano con lo que pasa en otras partes del mundo: es una situación no exclusiva de Argentina, y relativamente global: también tienen problemas similares en Estados Unidos y varias zonas de China. Es bastante común y es en ningún lado se está haciendo algo significativo», explicó Rossi.

La situación tiene que ver con la latitud, por sumas térmicas en determinados períodos de la soja, estrés térmico e hídrico, que conforman mapas comunes en todos los países productores. Por eso Brasil y Paraguay no tienen mayores dificultades e incluso hay diferencias entre diversas regiones argentinas. Así, el centro norte santafesino, ofrece mejores parámetros que el promedio de los lotes de Pergamino, pese a la fama de feracidad de esta zona.

Al respecto, el experto en nutrición de soja, Martín Díaz Zorita considera que el cultivo se encuentra «en estado revisión sobre su funcionamiento, que vincula la mejora productiva a través de genética, prácticas de manejo, ajustes de siembra y expansión a nuevas regiones.

Según Díaz Zorita, a lo largo del tiempo Argentina ha priorizado la eficiencia en el uso de nutrientes, derivando en una agricultura que mostró un crecimiento en las condiciones de suelo con respuesta al agregado de fósforo. «Hoy hacen falta ajuste en las dosis de fertilización, para que el cultivo de la soja encuentre la mejor forma de ganar o mejorar resultados que deberían repercutir en crecimiento, rendimiento y calidad». Y puntualmente le preocupan los «cambios en los niveles de proteína, con un deterioro notorio».

Jorge Bassi, vicepresidente de Fertilizar-Asociación Civil ofreció más números para fundamentar que «la nutrición de soja está en un nivel bajo. Mientras en 2015 la dosis de fertilizante en trigo era de 120 kilos por hectárea, en 2016 la dosis aumentó a 180 kilos. En el caso de la oleaginosa, la dosis entre esas campañas aumentó solamente en 10 kilos por hectárea, desde 26 a 36 kilos», precisó

Y María Fernanda González Sanjuan, gerente ejecutiva de la entidad, destacó la importancia de considerar que la nutrición de los cultivos impacta directamente sobre la animal y humana. «Los fertilizantes nutren a los cultivos que a su vez son la base de la alimentación humana», señaló.

Entre 1997-2002 en la región central del país se registraba un nivel de proteína de 39,3% y en los últimos 5 años los valores obtenidos fueron 37,1% según estudios del INTA.

Esto no permite obtener harinas «high pro» (por la frase en inglés High Protein, alta proteína) que en los estándares internacionales deben contener un mínimo de 47% de proteína, y que el país ajustó a una base menor del 46,6%, a la cual difícilmente se llega.

¿Y los rindes?

A partir de las evidencias obtenidas en numerosos ensayos realizados en las últimas campañas, desde Fertilizar afirmaron que los rendimientos hoy no aumentan debido a desbalances en la nutrición y se mantienen gracias al aporte de la mejora genética». Aclararon que «esta situación es alarmante debido a que los suelos continúan empobreciéndose». Entre Bassi y Sanjuan transmitieron que «en soja sucede algo distinto a lo que pasa en los cereales ya que los productores hoy se encuentran generalmente conformes con los rindes actuales y ésa es una de las razones por las que los rendimientos alcanzados no se movieron en los últimos 16 años».

Como recomendación para el manejo nutricional de la soja, promueven «fijar un objetivo de rinde superador, evitando caer en la trampa de la conformidad».

Tratamiento, en stand by

De movida, todos asumen que estamos perdiendo oportunidades. Pero el tema es complejo y, por ahora no se ha encontrado una luz al final de este túnel.

El factor decisivo en el planteo del productor es el rendimiento y aún no hay un claro incentivo para procurar calidad. Con todo, en los últimos meses se avanzó en una hoja de ruta, y se pensó en incentivos, para premiar a productores que logren un mejor nivel proteico a partir de ajustes por ambiente, manejo o variedad genética, apuntando a una proporción determinada de las más de 50 millones de toneladas que produce nuestro país permita corregir el nivel proteico general de las harinas.

Esa intención acaba de postergarse indefinidamente en una reunión de Acsoja que se realizó a fines del mes pasado en Rosario, donde estuvieron representados los jugadores clave de la cadena. Se pusieron todas las variables sobre la mesa y pesaron más los costos logísticos que las pérdidas potenciales. Tanto productores, que ven la posibilidad de premios pero también el riesgo de una baja de rendimiento, como los exportadores, que se sienten eventuales financistas de esa implementación y fundamentan la dificultad de corregir una producción nacional de tal magnitud, no están convencidos de la urgencia de innovar.

En la industria se viene desarrollando una estrategia para evitar castigos en el precio o reducir los descuentos comerciales, como el descascarado del grano en altos porcentajes y la elaboración de harinas más secas, entre los principales. Esto genera menor rendimiento en harinas, un aumento en el costo de energía, menor capacidad de molienda, necesidad de mayores inversiones específicas y mayores mermas.

Y como Paraguay está ofreciendo buenos volúmenes de soja, con excelentes niveles proteicos, se apuesta a la compensación con granos guaraníes para corregir las falencias de calidad de la oleaginosa argentina.

Si se convino en profundizar las investigaciones que se vienen desarrollando en los últimos años, desde el INTA, las universidades y la participación de las empresas.

En ese sentido, se viene observando que la mayoría de las nuevas variedades tienen una tasa de ganancia genética mayor y constante, y son más aceiteras y menos proteicas, salvo excepciones, como lo documentan los resultados de la Red Nacional de Cultivares de Soja (RECSO). En los informes de esta red se estableció que el ambiente es el principal factor que influye en los tenores de proteína, pero estudios regionales recientes demostraron que el genotipo tiene más influencia que su interacción con el ambiente.

Al clasificar las variedades disponibles, hay claros valores extremos y estables, en los porcentajes de aceite, proteína o ambos sumados. Esos mismos trabajos de las universidades demostraron que hay disponibles variedades de altísimo potencial y calidad. Esta es una oportunidad que existe, pero que poco se difunde o conoce.

La información está clara y disponible. Y se deja abierta la posibilidad de que alguien pueda hacer negocios. Quizás sea cuestión -como reza el último informe RECSO- de que algún productor u otro actor del mercado marque tendencia, tomando la decisión de sembrar variedades con mayor contenido de proteína o aceite.

Fuente: Revista Chacra

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