- Desde la propia experiencia, un consultor destaca la importancia del propósito en una Pyme familiar.
- Cómo transmitir el sentido a las generaciones que sostienen el legado.
En las PyMEs agropecuarias —como en tantas otras de base familiar— hay algo más que procesos, precios y productividad. Hay historia. Hay biografía. Y hay, en muchos casos, un sentido vital que empuja a hacer lo que se hace, más allá de los resultados.
Durante años de trabajo con pequeñas y medianas empresas del agro, y desde mi experiencia personal como descendiente de emprendedores que forjaron su proyecto desde el “hacer con lo que se sabía hacer”, fui descubriendo una constante: cuando una PyME no tiene claro su propósito, se desorienta. Cuando sí lo tiene, florece.
No me refiero a una misión escrita por un consultor ni a una visión copiada de otra empresa. Hablo del propósito profundo: esa razón de ser que da sentido a la organización y que muchas veces está viva en el corazón del fundador, pero no fue formulada ni compartida con el equipo.
Como parte de mi historia familiar, viví el cierre de la empresa que había fundado mi bisabuelo en 1896. Fue una experiencia que dejó marca. Me llevó a preguntarme por qué algunas organizaciones familiares logran atravesar generaciones y otras se apagan en el intento. Desde entonces, la transición de las PyMEs se volvió mi tema.
El fundador: el primer portador del propósito
En las PyMEs de dueño, es habitual que quien lidera sea también quien imprime sentido. Sus valores, decisiones y modelo mental van moldeando la cultura de la organización. Pero muchas veces ese propósito es tácito, intuitivo, emocional. No está dicho, ni acordado, ni actualizado.
Y cuando la empresa crece o enfrenta una crisis, ese vacío se nota:
• Las decisiones se tornan erráticas.
• La comunicación pierde dirección.
• Los equipos no saben “para qué” hacen lo que hacen.
• La cultura se fragmenta.
Del deseo al compromiso
Una y otra vez aparece una paradoja: se desea crecer, delegar, profesionalizar… pero no se quiere transitar el proceso que eso implica. Como dice Atilio Penna, muchas PyMEs quedan atrapadas en lo que él llama “la travesía del desierto”: ese momento donde el dueño ya no puede hacer todo, pero tampoco ha construido un equipo con quien compartir sentido y responsabilidad.
Y es ahí donde el propósito se vuelve un ancla fundamental. Un eje que da dirección y nutre el compromiso. En palabras simples: si el rumbo está claro, es más fácil delegar el timón.
Propósito y valores: binomio inseparable
Todo propósito, para ser creíble, debe estar sostenido por valores vividos. No basta con decir que “la gente es lo más importante” si en la práctica se lidera desde el control o la urgencia.
Los valores del dueño suelen impregnar la cultura organizacional. Pero si no se transforman en valores compartidos, el crecimiento se vuelve conflictivo. La evolución de una PyME requiere entonces pasar de valores personales a valores institucionales, sin perder la autenticidad.
Tres preguntas clave
En este camino de reflexión, propongo tres preguntas que pueden ayudar a iniciar el proceso:
1. ¿Qué me llevó a fundar esta empresa?
2. ¿Qué quiero dejar como legado, más allá de los resultados económicos?
3. ¿Qué valores no estoy dispuesto a negociar, y cuáles ya están presentes en nuestra forma de trabajar?
Estas preguntas no tienen respuestas inmediatas, pero sí pueden abrir conversaciones profundas —con uno mismo, con la familia, con el equipo— que marquen un antes y un después.
En definitiva, lo que he aprendido es que la diferencia entre una PyME que evoluciona armónicamente y otra que se estanca no pasa solo por recursos, estructura o tecnología. Pasa, sobre todo, por las personas.
Por su capacidad de mirarse, de conversar lo importante, de hacer explícito lo que siempre estuvo implícito. Por su decisión de liderar con propósito, y no solo con presión.
Porque incluso en el campo —o especialmente en él— lo que sostiene a una empresa no es solo la productividad… es el sentido.
Fuente: https://www.clarin.com/rural/
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